Autopublicación: ¿Literatura o la venta de la trascendencia?
En cierta ocasión, José Martí pronunció una frase que por su belleza y hondura ha sido transmitida a lo largo de varias generaciones, y ha servido como una especie de consigna para enfrentar la incertidumbre de la experiencia humana, ya que plantea una posible ruta a seguir para concretar una existencia, si no dichosa, por lo menos significativa. Dicha frase es la siguiente: "Todo hombre en la vida debe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro." Huelga decir que son muchas las interpretaciones que se le han conferido a esta sentencia, basta con colocar la misma en el motor de búsqueda de su preferencia (Google, Bing, Yahoo, etc.) para obtener una prueba contundente de ello; se desplegará ante usted un millar de comentarios que intentan profundizar en el sentido de esta famosa proposición. No obstante, vale la pena recalcar que la mayoría apunta a la conclusión de que el poeta nos conmina a vivir de manera trascendente, es decir, a dejar un legado que contribuya a la permanencia de la colectividad.
Ahora bien, no me cuesta nada admitir que también suscribo la interpretación arriba mencionada. Sin embargo, me gustaría agregar que considero que Martí, al hablarnos de trascendencia, también nos sugiere la inmensa disciplina que tan ardua aspiración requiere. Criar un hijo, llevarlo a través de toda la dicha y el peligro que el mundo supone, cuidarlo, educarlo, si se hace con amor, es decir, trascendentalmente, implica un esfuerzo equiparable a las doce tareas de Hércules o a las pruebas superadas por Jasón y los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro. Ni qué decir de sembrar un árbol: conjugación de sabiduría, generosidad y paciencia; quien siembra no está seguro nunca de que cosechará los frutos él mismo, pero sí de que, en caso de su ausencia, alguien más lo hará en los días venideros. Sembrar como escribir es un arma cargada de futuro… ¿Y qué hay del libro? Mezcla de hijo y de árbol, hecho de materias del bosque y gestado en los claroscuros del corazón y de la mente. De los tres, afirmo, a riesgo de cometer una hipérbole, que el libro es la realización que más se aproxima a la trascendencia.
Quizás sea esta la razón por la cual en los últimos cinco años, la publicación de textos de toda índole, pero sobre todo de literatura, ha experimentado un crecimiento exponencial en nuestro país. No es inusual que cada mes se anuncien los lanzamientos de nuevos poemarios, colecciones de cuentos y novelas. La agencia del ISBN da fe de este fenómeno en las cifras publicadas en su reporte anual, y otros organismos como el Centro Regional para el fomento del libro en América Latina y el Caribe, auspiciado por la Unesco, así como el informe anual del libro digital en lengua española realizado por Libranda, confirman estas estadísticas en sus respectivos registros.
Frente a tal proliferación, en un país donde las editoriales son tan escasas que se pueden contar con los dedos de la mano; y en donde, muchas veces, la única vía segura para publicar parecen ser los concursos, uno no puede evitar preguntarse de qué modo hemos llegado a esta aparente abundancia en la producción literaria nacional. La respuesta, creo, está en la autopublicación y sus variantes, y en los nuevos sistemas para realizarla.
Cabe destacar que la autopublicación, también llamada edición de autor, tiene lugar cuando es el escritor de la obra el encargado de gestionar todos los aspectos concernientes a la concreción del libro en su dimensión textual y paratextual, sin la intervención de un editor. No es una práctica reciente. De hecho, tiene sus capítulos gloriosos en la historia de la poesía panameña. Por ejemplo, no es un secreto que Demetrio Herrera Sevillano, poeta del barrio de Santa Ana y figura fundamental de la lírica panameña, costeó de su propio bolsillo la publicación de su primer poemario. Desafortunadamente, no todos tienen el talento superlativo de Herrera Sevillano, y la más de las veces, la falta de un editor, o por lo menos, de alguien con criterio que revise el texto a publicar, da como resultado obras inconsistentes, cuando no francamente mediocres.
Esta situación se acentúa aún más en las plataformas digitales, de las cuales la más conocida por su facilidad y economía es Amazon. En Amazon, cualquier persona, siguiendo unos sencillos pasos, puede subir su libro, el cual al instante pasa a estar disponible para un público internacional que tiene la opción de adquirir el texto en formatos digitales como E-book y Kindle, o bien, puede optar por el ejemplar impreso. Las obras cargadas en la plataforma no tienen un tiraje definido, sino que se imprimen según la demanda de los lectores. No dejaremos de admitir que algunas obras meritorias se han publicado bajo este formato, pero tampoco pasaremos por alto el hecho de que un alto porcentaje de los títulos que Amazon ofrece en su catálogo, carecen de la calidad que uno esperaría encontrar en toda obra literaria. Y si a eso le sumamos la ingente cantidad de libros producidos a través de ChatGPT (una inteligencia artificial capaz de generar textos a partir de las instrucciones y parámetros que se le den), tendremos el caldo de cultivo para que cada vez más la literatura ejercida con oficio y calidad se desvanezca en el aluvión de la autopublicaciones en físico y en digital.
Todo esto me lleva a considerar con mucha cautela la abundante cantidad de libros autopublicados que cada tanto aparecen en la escena literaria nacional. Es verdad comprobada que cantidad no equivale necesariamente a calidad, mucho menos cuando de literatura se trata. También me lleva a preguntarme si este fenómeno responde más a una necesidad creada por el mercado que a la búsqueda de la excelencia literaria. De todos es sabido que el capitalismo posee la capacidad de convertir hasta la idea más noble en objeto de consumo. Así como hay hoteles y operadores de turismo que por veinte o treinta dólares te llevan al campo con un plantón en mano, para que en un hueco previamente cavado lo deposites, y así puedas vivir la supuesta experiencia de sembrar un árbol; no sería para nada extraño que algunas empresas dedicadas al modelo de autopublicación y sus derivados, más que proporcionar servicios de impresión y distribución de libros, su objetivo sea vender la experiencia de ser escritor; es decir, la experiencia espectacular: ver tu nombre en la solapa de un libro, asistir a una feria y firmar ejemplares de tu obra, ser entrevistado en un blog o en el periódico, entre tantas otras actividades ligadas al prestigio de escritor. Y quizás también, la sensación de estar haciendo algo trascendente, la oportunidad de sentir que hemos cumplido con el bello enunciado de Martí, aunque él, que era un prolífico autor con oficio y talento, probablemente no estaría de acuerdo con la moderna versión de escribir un libro. Sería posible que nos dijera que la verdadera experiencia del escritor está en el proceso de escritura, en la lucha sin cuartel con el lenguaje, en el dominio de las herramientas discursivas que le permitan transmitir con efectividad y belleza su mundo interior y su pensamiento.
Pero ahora volvamos a la pregunta anterior: ¿Y si no se trata de literatura, sino de vender una falsa sensación de trascendencia? Y si así fuese, ¿qué implicaría este fenómeno para la literatura nacional? ¿De qué modo afectaría a los lectores? ¿Cuál sería el papel de la crítica? ¿Cuál el de los profesores ?
Sin duda, estas son algunas de las interrogantes que habremos de contestar en los siguientes años. Nos cabe a todos los involucrados en el engranaje de la literatura: escritores, críticos, profesores, entre otros, la responsabilidad de contribuir a la formación de lectores que dispongan de la invaluable capacidad de discernir cuáles obras merecen nuestro tiempo y atención y cuáles no. De este modo, quizás, las futuras generaciones podrán, confiadamente, continuar citando a José Martí: "Todo hombre en la vida debe tener un hijo, plantar un árbol(...) escribir un libro”. Y además, por qué no, leer buenas obras.
Jhavier Romero
@jhavierromero
Ciudad de Panamá, 22 de agosto de 2025