El arrecife que cantó, por Ycenith Atencio González

Ycenith Atencio González

(Panamá) Es artista, escritora y pedagoga. Su trabajo teatral incluye obras como ¿Y si decido quererme? con Produciendo Arte, performances como Al zon de Zacrisson y Gracias a Dios no fue peor con El Elefante de Venus, así como La comida con Arpía Teatro, con la que obtuvo el premio a Mejor Actriz en el MicroFeste 2022. Ganadora del Concurso Nacional de Cuento “Changmarín” 2020, fue seleccionada como escritora joven por la Casa del Soldado y forma parte de las antologías Atrapar la plenitud 2022 y Antología Planetaria por Semilla Planetaria. Además de su labor como instructora de teatro, ha dirigido obras y participado como actriz frente a cámara.

 

 

Ya tenía varios años caminando por montañas, otros más por desiertos llenos de nieve y algunos pocos por pastos áridos llenos de palmas gigantes.

Ya cansado de andar sólo sobre mis pies, una noche me eché a dormir debajo de un puente, recargue mi cabeza en mi única compañía, mi mochilita, y soñé con el mar.

Teófilo Cantú ese es mi nombre, tengo muchas lunas y algunos soles. Empecé a caminar cuando tenía solo dos cabellos en mi pecho, tres en mi mentón y casi nada en mi cabeza. ¿Por qué? No me lo preguntes, pero como ya lo preguntaste pues te responderé que no lo sé. A muy temprana duración de vida aprendí a poner uno de mis pies delante del otro pie, y pues cuando me di cuenta ya tenía dos montañas, un río y dos ganados lejos de mi casa, y pues, como solo aprendí ponerlos delante y no detrás, más nunca pude volver a lo que conocía como mi estar. Muchas veces tuve la oportunidad de conocer otras personas, pero como caminé tanto y admirado de todo lo que veía, por muchos tiempos de crisálidas, hasta desaprendí el acto de detener mis pies.

- ¡Buenas tardes!

Hola señor, ¿Cómo está? ¿Mi nombre es TEÓFILO CANTÚUUUUU Y EL SUYO?

Terminaba siempre mis oraciones casi dos cercas después que veía nuevas personas, por eso gritaba mucho, pero a veces me proponía hacer lo contrario.

- Hola señora, soy Teófilo Cantú ¿y usted?

Las personas se me quedaban admiradas o quizá aterrorizadas por mi manera de ser, cuando ellos eran y topábamos al mismo tiempo del estar.

Me perdí de muchos cafés calientitos, rascarles las panzas a los perros y conversas con las muchachas. Aunque por el lado amable caminé y fui varias lluvias, muchas caídas de hojas, brisas intensas y soles rojos en la piel.

Volviendo atrás y pues eso dará paso a lo de adelante, un día dije: - ¡Pies deténganse! Ya estamos cansados -.

Y aunque lo dije no creyendo que se detendrían lo hicieron, debajo de un puente donde como ya era de noche dispuse por primera vez dormir acostado como todos, y entre el sueño y no, me dije: - ¡Ah pies, quisiera otra aventura, la tierra ya la hemos conocidos muy bien! -.

Cuando desperté, me di cuenta gracias a la claridad que estaba al lado de un riachuelo.

- Qué lindo y quieto, que admirable serenidad y transparencia. Hola riachuelo soy Teófilo Cantú, ay no, perdóname ya no tengo que gritar -.

Sumergí mis pies y - ¡Ah! Que ricura, ¿será posible que pueda caminar el agua esta vez? -. Me quedé un buen rato allí y al final del día reconocí que quería ir al agua. Hace algunos otoños recuerdo haber visto un puerto, ¿será que en esta estación habrá alguno? Y nuevamente me dispuse a poner un pie delante del otro, pero esta vez con el propósito de encontrar un barco donde estar.

Me tomó algunas transformaciones de renacuajos a ranas y otras de becerros a vacas, hasta que por fin lo encontré. Súbitamente entré por el puerto y caminé, no, más bien corrí hasta llegar al barco.

- Buenas tardes señor capitán, soy un caminante de la tierra, lo he estado haciendo desde que tenía solo dos cabellos en mi pecho, tres en mi mentón y casi nada en mi cabeza, esta vez quiero caminar el mar ¿puedo irme con ustedes?

- AJAJAJAJAJAJ ¿Caminar el mar? Pues hombre yo solo lo sé navegar, pero solo por ver como lo caminas te dejo ir con nosotros.

Entré al barco, era un lugar gigantesco, pero a la misma vez era muy pequeño, me tocó dormir junto Isabelo Del Floral, el cual me contó que siempre ha vivido en el mar, me recitó sus descubrimientos y de aquellas que ha dejado entre los vientos de puertos para poder seguir su rumbo a todas las aguas. Todas las noches él me contaba y otras lo hacía yo.

Muchos reflejos de luna y sol pasaban dentro de mis ojos, a veces extraño caminar cuando solo podía apoyarme en los hierros forjados a ver la distancia entre el movimiento y la quietud del mar. Pero en un momento me dio por reaccionar y pude ver que el nivel del agua a cada distancia descendía más y más.

- Señor capitán, le tengo una pregunta

- Dígame Teófilo ¿Cuál es su pregunta?

- He notado que mientras vamos avanzando el agua baja su nivel cada vez más.

- ¿Cómo? No sé de qué me está hablando señor Teófilo, es más, tengo cosas que hacer, adiós.

Cuanto más pasaba el viento más raro se me hacia todo dentro del barco, en una de las caídas del sol me quede dormido a babor y entre que me rendía al sueño les pregunté a mis pies: - ¿Somos capaces de caminar el mar? - Y de un salto luego de un sueño desperté, todos estaban observándome.

Al día siguiente miré abajo y nuevamente vi el agua escasear y dije: - adiós amigos me iré a caminar por el mar-. Y saltando del barco solo escuché las carcajadas de algunos, los gritos de otros y mis pensamientos pidiéndoles a mis pies que supieran caminar en el agua. Un silencio absoluto empezó a entrar por mis oídos, me espanté un poco y seguí ahondándome al interior del mar sin percatarme que caminar en el agua se me daba tan bien como en la tierra. Intenté llegar lo más profundo que pude para hallar a quien me dijera por qué estaba bajando el agua en todos lados. Mientras admiraba como mis ojos eran capaces de mirar todos esos colores; peces, formas, movimientos y también los sonidos que yacen debajo del oído. Luego de varios cardúmenes y algunos vaivenes de pulpos, llegué a un arrecife gigantesco y anclando mi miedo fuera me dispuse a entrar. Pensando con mis pensamientos que a veces se me hacían absurdos porque unos se decían no cabremos y otros le decían no importa, y ninguno decidía y ninguno se reprimía y mis pies con cerebro aparte solo sabía ponerse uno delante de otro e iba y solo iba. De pronto había huecos pequeños que por lapsos de mente pensaba - ¿Cómo cabré allí? - Y mi otro pensamiento le decía - ¡Cabremos allí! - Y sucedía, y por varios pequeños y grandes, angostos y gruesos, oblicuos y rectos, circulares y cuadrados pasadizos, llegué donde unos seres que me pidieron cerrar mis ojos para poder mostrarme la verdad del mar. Me hicieron viajar dentro de mis saberes, los entendimientos, algunos pensamientos y por fin a la consciencia pura de la vida.

No sé si me dormí, no sé si perdí mi estar, pero cuando abrí mis ojos y estaba flotando muy arriba donde da el sol y no deja ver. Me incorporé y a lo lejos observé el barco del cual había saltado. El agua seguía bajando su nivel, caminé hasta llegar sigilosamente y vi como una manguera que salía del barco caía al agua y succionaba todo. Y allí entendí que el paso de estos hombres arrasaba con la existencia, me arme de furia y rebeldía arranque las mangueras y grité.

¡Soy Teófilo Cantú y esta es la última vez que arremeten sin conciencia contra el agua! Levanté mis manos y todos los seres del mar llegaron a ayudarme, el capitán al ver todo eso solo gritaba: - ¡Mi barco! Todos los barcos solo saben andar comiéndose a los seres del agua. No puedes detenernos, así ha sido siempre y así será. La humanidad solo sabe comer de la naturaleza y andar -. He andado por muchos soles la tierra y ahora por muchas mareas del agua y nunca he dañado a un ser y al ser. Isabelo Del Floral grito - ¡allá voy! - y saltando del barco llegó a mí.

-Siempre quise salir del barco, pero nunca supe como caminar en el agua - Y junto a los seres que habitaban formamos la ola más grande que había visto aquel capitán y sus ciegos amigos. Cuando el barco se destruyó por completo el agua volvió a ser quien era.

Decidí caminar unos cuantos inviernos en el mar, antes de regresar a mi esencia de estar. Gracias a estos seres pude aprender como volver mis pasos al hogar. Me despedí de Isabelo, pues él siempre había habitado su hogar, pero ahora con consciencia. Me dispuse a regresar por los mismos sitios para conocer en paciencia y palabra lo que mis pies por no detenerse habían dejado.


De “Cuentos cortos para una noche larga”
(2020)

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Poesía: Kafda Vergara